Imagen creada con la herramienta DALL-E de OpenAI.
Yo, que aún no he logrado nada en esta vida
ni he pagado un tercio de lo que debo a ella,
me acojo como un reo a la sentencia aquella,
que observa a ésta como un sueño concebida.
Y es mi sueño como el sueño de aquel suicida
que le lega a nadie la nada y una estrella;
pero en vez de dejar, mi avaricia atropella
al planeta y a cualquier cosa conocida.
Quiero extirpar el hambre en el mundo entera,
y trasplantarla con la pala en mis adentros:
un injerto vil en un hombre de tres centros,
que incluso mi bazo y mi hígado comiera.
Así una vicuña de carne me cubriera
esta osamenta enjuta en mis desencuentros,
y fueran tripas llenas todos mis encuentros
por aquel hurto universal que acometiera.
Quiero asesinar brutalmente a la pobreza
y hacerla mía, devorándome sus restos;
ser yo, de todos, el más pobre, y ya puestos,
ser pordiosero hasta de espíritu y grandeza.
Que de mísero valga polvo mi cabeza,
no reconocer la moneda por sus gestos;
mi pelo y mis uñas paguen mis impuestos,
y vista, por posibles, de naturaleza.
Quiero sufrir en mi mismo todas las guerras,
un espectáculo bélico en mi conjunto:
ser un proyecto inacabable de difunto
en una orquestra de machetes y de sierras.
Que por cada uno de mis miembros que sotierras,
crezcan dos, y así continúe el asunto.
Mi mortaja de metal sea el contrapunto
a una eternidad de paz entre las tierras.
Y por querer, y por pedir, quiero el despego
de la humanidad por mi avariciosa empresa.
Quiero ver que a nadie en el mundo le interesa
el devenir fatal de mi pequeño juego.
Desaparecer solo, tener el sosiego
del egoísta que en el botín se embelesa;
desaparecer para siempre y sin sorpresa,
con las calamidades que, en mí, congrego.






