miércoles, 3 de diciembre de 2025

El avaro deudor

 

Imagen creada con la herramienta DALL-E de OpenAI.


Yo, que aún no he logrado nada en esta vida

ni he pagado un tercio de lo que debo a ella,

me acojo como un reo a la sentencia aquella,

que observa a ésta como un sueño concebida.


Y es mi sueño como el sueño de aquel suicida

que le lega a nadie la nada y una estrella;

pero en vez de dejar, mi avaricia atropella

al planeta y a cualquier cosa conocida.


Quiero extirpar el hambre en el mundo entera,

y trasplantarla con la pala en mis adentros:

un injerto vil en un hombre de tres centros,

que incluso mi bazo y mi hígado comiera.


Así una vicuña de carne me cubriera

esta osamenta enjuta en mis desencuentros,

y fueran tripas llenas todos mis encuentros

por aquel hurto universal que acometiera.


Quiero asesinar brutalmente a la pobreza

y hacerla mía, devorándome sus restos;

ser yo, de todos, el más pobre, y ya puestos,

ser pordiosero hasta de espíritu y grandeza.


Que de mísero valga polvo mi cabeza,

no reconocer la moneda por sus gestos;

mi pelo y mis uñas paguen mis impuestos,

y vista, por posibles, de naturaleza.


Quiero sufrir en mi mismo todas las guerras,

un espectáculo bélico en mi conjunto:

ser un proyecto inacabable de difunto

en una orquestra de machetes y de sierras.


Que por cada uno de mis miembros que sotierras,

crezcan dos, y así continúe el asunto.

Mi mortaja de metal sea el contrapunto

a una eternidad de paz entre las tierras.


Y por querer, y por pedir, quiero el despego

de la humanidad por mi avariciosa empresa.

Quiero ver que a nadie en el mundo le interesa

el devenir fatal de mi pequeño juego.


Desaparecer solo, tener el sosiego

del egoísta que en el botín se embelesa;

desaparecer para siempre y sin sorpresa,

con las calamidades que, en mí, congrego.

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