El paso inexorable del tiempo es una verdad pavorosa. Tal vez, el mayor éxito de la humanidad ha consistido en relativizarlo y dilatarlo según el prisma que se utilice para mirarlo. La vida en un instante o ninguna vida en muchísimos son historias literarias repetidas hasta la saciedad. Como medir ese tiempo que no es tiempo es para mí, desde hoy, el objetivo fundamental de cualquier ciencia.
El tiempo que es tiempo no para, no cesa.
El tiempo que no es tiempo solo centella,
en los balcones zigzaguea, y se estrella
en los atardeceres de labio y fresa.
Como el rayo estalla, huye y se regresa
al desván donde se acumula la huella
que imprime mi vida, y de forma bella
curva en mi rostro el coral y la frambuesa.
Y al cesar el rayo reverbera el trueno
fuerte, en mi jaula de paredes de pecho,
y tamborilea en grato desenfreno.
Y aún retumban, añosas en mi techo,
tus seis chispas de besos y queroseno
que en el tiempo que no es tiempo se han deshecho.

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