El dinamismo de lo humano es a veces desalentador. Los amores se deshacen más rápido que las estaciones y dejan a uno con ganas de más. En el mundo estático el amor se me hace mucho más apacible. Un amor que perdura e innegable a cualquiera por su permanencia ineludible. En ocasiones querría ser un olmo y amar de enero a diciembre, de forma distinta pero eterna.
Quisiera ser el olmo que cubre tu ventana
y guarnecerme de topacios en tu mirada
cuando el murciélago abre su madrugada,
y custodiarte el trecho hasta la mañana.
Que, en primavera, el mirlo y la corneja
se posen en mis brazos, entonando bien juntos
saetas y salmos para atraer tus asuntos
a la platea que es mi raigambre añeja.
Quisiera, en verano, darte fresco y sombra,
y un respaldo para tus penas y dolores.
Pues el olmo es de quien recibe sus amores
y es más tuyo si es tu voz la que lo nombra.
Llegar otoño y dejarte una estera
dorada en el suelo con un toldo de piedras
preciosas, dejar que trepen mi cuerpo las hiedras
y te adornen el cabello en mi madera.
Y quisiera que, en inverno, ya desvestido,
esperando al estío volver a tu puerta,
y echado de la calle misma por desierta,
recuerdes, con tus dientes, nublarme el sentido.
No hay lluvia que riegue al olmo como hace
el amor que te tengo. Si pudiera mi vida
ser, como la del olmo, a tus pies permitida,
no habría paraíso que la reemplace.

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