El miedo, el pavor, el pánico... El chivo expiatorio de muchos actos de absoluta enajenación. Un tema recurrente en mis escritos y en mi vida. Aquí puedo mostrarlo y avergonzarme de él, y eso es relativamente redentor. Si me veis por la calle me daría mucha vergüenza que me preguntéis si algo me da miedo, así que no lo hagáis. Una cosa menos recurrente en mi vida es la Octava Real. Os dejo por aquí tres seguidas con el mismo tema. A ver que os parece.
Me disculpo de huir como un cobarde
cuando los belicosos que me empellan
al ilusorio rincón en el que arde
la suma nimiedad con que querellan,
y reconvierten la apacible tarde
en un solar francés donde degüellan,
en vez de combatir con nervio vivo
al necio asaltador que os describo.
Me disculpo por guardar las palabras
urgentes en el rato necesario,
y esperar entonces que tú las abras
como quien lee un simple comentario
a deshora, y no parezcan macabras
leídas alejadas de su horario,
en vez de gritarlas en el momento
en que conjuntas tú y el sentimiento.
Me disculpo por el miedo terrible
que amanece en mi pecho cada día
y me invade cada tarde invisible,
incluso en la más grata compañía.
Un terror de soledad ostensible.
Una avenida en Nueva York vacía.
Me disculpo por todo eso que cedo,
de improviso, por y a causa del miedo.

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