A mi temprana edad, como muchos otros, he convivido de cerca con la muerte en numerosas ocasiones. El tiempo, incesante, la va trayendo. Cuanta más gente conoces, y más mayor es esta gente, más veces te toparás con ella. Su impacto es suficientemente notorio para dar sentido a todo el resto de la vida. Aunque mi vida me sea más preciada sabiendo que al final del camino nos encontraremos, preferiría que dejara una vez de acompañarme. Con eso en mente, aquí os dejo este poema.
Remedio de eternidad, ocaso de la vida.
Verdadera Roma, gran imperio de asesinos
y conjunción póstuma de todos los caminos
que confluyen tras su última y fatal caída.
Jornalera vieja, incesante y homicida.
Desembocadura, fin, abismos mortecinos.
Terca y ubicua anciana de ojos negros dañinos
que observan los albores de toda despedida.
En las hojas pardas del otoño nos acecha
esta dama de mil nombres fúnebres y fríos,
que la tildan de infame, repudiada y maltrecha.
Yo te siento siempre penetrante en los vacíos
que circundan mi piel y tú atiendes satisfecha,
compañera oscura y sempiterna de los míos.

0 comments:
Publicar un comentario