No hay nada que guste más a nadie en este mundo que un helado en verano. Los hay de tantos gustos y sabores que uno podría dedicar una vida entera a probarlos todos y no llegaría nunca a catalogarlos. De los más raros que he probado yo en mi vida era un helado con sabor a Boletus. Todo lo que tenía de inusual lo tenía también de delicioso. El helado es además un amigo distinguido. La mayoría lo hemos conocido desde pequeños y nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida. Un amigo tan longevo y delicioso merece pues el mayor de los elogios.
Maravillosa geometría es la del pincel
avainillado que perfila la orografía
del carrillo, la barbilla, el labio y la alegría,
endulzando idéntico al anciano y al doncel.
Sobre un cono invertido de barquillo, corcel
noble del orbe de muy cremosa geografía,
cabalga con dulce y esférica maestría
el émulo de la golosina y de la miel.
Con salivas, lagrimones tenues, se deshace
en su primitivo guerrear contra el calor,
vil ejecutor de su meloso desenlace.
Escalerita ascendente guardada al humor.
Caballero fiero que en su lucha satisface.
En verano, como siempre, vuelve por favor.

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