De joven, una vez, tras leer a Borges y sus relecturas de los cuentos clásicos, quedé especialmente impresionado por su relato de La casa de Asterión. En él, un mito clásico como el del minotauro era observado desde los ojos de un niño solitario y monstruoso. Me fascinó la posibilidad de contar las historias a través de los ojos de esos personajes sin voz. En ese punto ideé este poema, en el que no es Narciso quien nos cuenta el mito, sino su reflejo.
¡Por Júpiter! ¿Qué es lo que ven mis ojos?
¡Qué hermosura! ¡Qué belleza sin par!
Emula a Apolo y su luz solar;
hace caer a las ninfas de hinojos.
Pero véase aquí el trampantojo
y el inhumano embate del azar:
siendo yo, luego, su él especular,
me mira, se sonroja y me sonrojo.
¡Qué indigna esta cárcel en que broto,
como una flor mirada por el sol,
en asomarse mi amado al crisol
que aprisiona las aguas en que floto!
Falso es mi espíritu, de ser roto,
pues ni existir tengo bajo control.
Sin él encenderme, yo no soy farol;
si no se me encara, yo ni me noto.
Me hablas y, en desesperación, gritas.
Yo hablo con silencio y borboteo.
Yo soy, en este mundo, el mayor reo
por ser el eco de muecas que agitas.
Si con tus brazos a venir me invitas
yo invito de vuelta, o eso creo.
Y presto respondo a tu parpadeo,
escondiendo tus pupilas exquisitas.
¡Oh, dichoso! ¡Oh, hermoso creador!
Tú, que miras con ojos enamorados
mi piel y mi rostro de cristal mojados,
que reflejan en mí también tu amor.
Sácame de esta celda de color
a firmamento, y gestos condenados
al calco de los miembros por mí amados,
germen de mi deseo y mi dolor.
Tal vez la humana pasión sea esto:
húmeda prisión opuesta al querido,
ser marioneta y frustrar el sentido,
que el destino déspota ha dispuesto.
¡Te aúpa! Y te separa del resto.
Convierte las nubes en tu solar nido
y postrándote en un hilo tendido,
te zarandea en columpio funesto.
Errado crees que hay cuerpo en mí
y derramas tus labios en el espejo.
Mas, en mi vehemente beso parejo,
solo hay vapor y fe de zahorí.
Sobre todo, me duele el frenesí
disimulado tras tu mirar perplejo,
al no hallar tus abrazos, en reflejo,
otros brazos que te envuelvan a ti.
Tu delirio me retorna a mi loco,
en el sufrir del amor que es quimera,
y enloquecer me hace ver la manera
de unirnos y aliviar el sofoco.
Zambúllete en mí. Siente que te toco
con mis caricias de humedad ligera
y se vuelve ya tu alma prisionera
de mi aguado presidio poco a poco.
* * * * * * * * *
Una flor orilla ahora la fuente.
Su nimbo hecho de un blanco muy puro;
su corazón de estrella y futuro
es reflejado en la quieta corriente.
Falta Narciso y el reflejo enfrente.
Fueron desaparecidos por conjuro
e hicieron de su fenecer oscuro,
un cuento, mito, tradición y presente.

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