El desamor es una emoción potente. Los celos, la envidia, el "no encontrará nada mejor que yo"... Todas esas formas ególatras de baipasear el rechazo son una fuente de inspiración constante del poeta torturado. No sé si es la esperanza de que las cosas vayan mal para convertirse en el añorado perfecto o la necesidad de un resarcimiento kármico del daño, pero no existe amante rechazado que no sienta esa ira de forma transitoria. Esa constante humana frente a la pérdida la ha convertido en ni más ni menos que la segunda fase del duelo y es, por lo tanto, tan inevitable como la muerte. En algún momento, a la espera de la aceptación, escribí este simulacro de poema.
Bajo el portal de la rosa marchitada
se acumulan los geranios y los lirios,
artificiando una estera de mil cirios
en tributo de la luz de su mirada.
Cediéndose plena al todo y a la nada,
zozobra la rosa inmersa en sus delirios.
Esplendorosa, menoscaba martirios
en los pechos de los cirios, silenciada.
Se sabe mustia y se finge jubilosa
al naufragio de su pronta lozanía,
que malgastó en alguna antigua prosa.
Y entre lirios añora su gallardía,
sepultada con su bien bajo una losa:
bien que no supo cuidar en mejor día.

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